Empoderamiento femenino en Basti. Chhaupadi ¿Sí o no? Vosotras elegís

Artículo escrito por Alba Maria Campos, enfermera voluntaria española, especializada en salud familiar y comunitaria.
Corregido por Paula Cámara
Fotos hechas con la X-Pro1 © Clara Go - Foto de la pizarra hecha con el teléfono de Alba Mª Campos.

La menstruación no es una experiencia pasiva, no es algo que “el cuerpo hace por nosotras”; sino que nosotras hacemos activamente en armonía con el ritmo cósmico

Hace unos cuantos meses, un amigo nos habló sobre un proyecto en una de las zonas más recónditas de Nepal: en el Far West. Nos explicó más o menos de qué trataba el proyecto y el tema me pareció muy interesante. Nunca antes había oído hablar de él: El Chhaupadi.

Dijimos que sí enseguida. Después, empecé a leer sobre el tema y, cuanto más leía, más interesada estaba y más contradicciones me entraban. El Chhaupadi es una tradición hindú que, pese a que Nepal la prohibiera en 2005, aún se sigue practicando en algunas zonas del país.

Esta práctica consiste en dejar a la mujer aislada de la familia y fuera de la casa familiar, dos, tres, siete o diez días durante la menstruación (dependiendo de castas y zonas). No pueden entrar en la cocina, lo cual las obliga a trabajar más horas fuera de casa. Tampoco pueden utilizar el baño, por lo que han de hacer sus necesidades donde buenamente puedan. Tienen prohibido rezar o acudir a templos, tocar las vacas u ordeñarlas. Nada de comer frutas, verduras, carne o lácteos y ni hablar de tocar el agua, dependen de otra persona cada vez que quieran beber. Si no lo hacen así, serán consideradas las culpables de todas las adversidades que les pasen a ellas y a su entorno. Todo ello, gracias a una maldición recibida del dios Indra que hace que se nos considere impuras y desfavorables para nuestra familia cada vez que menstruamos.

Intenté encontrar los argumentos que sostuvieran esta práctica para evitar juzgarla desde un punto de vista demasiado occidental, que me llevara a desarrollar el voluntariado de una forma ”neocolonialista”, como suelen hacer las grandes ONG. Cuando fui consciente de la complejidad del asunto que íbamos a tratar, empecé a cuestionarme quién era yo para intentar cambiar unas costumbres tan arraigadas. ¿Occidente nos da la oportunidad de vivir la regla como nos gustaría? Desde luego que no, aunque tampoco encontraba la lógica de esta tradición desde una perspectiva distinta a la opresión patriarcal que oprime a las mujeres del mundo. Después, me sorprendió que fueran las propias mujeres las que se sometieran entre ellas. Lo hombres, al parecer, estaban al margen de todo.

Después de mucho buscar, llegó a mis manos un artículo que explicaba alguno de los pilares que sostenían esta tradición. Desde una perspectiva pránica o energética, tenemos cinco pranas, o cinco energías en nuestro cuerpo.
Una de ellas se encarga de expulsar lo “impuro” –tanto física como emocionalmente. Me pareció interesantísima esta perspectiva, aunque para nada justificaba esta actitud tan violenta. Así, de alguna manera, se nos permitía a las mujeres descansar, evadirnos de nuestro entorno y poder tomarnos unos días para nosotras mismas, para poder transportar las emociones inconscientes a la consciencia, sin juzgarlas ni analizarlas, y establecer con ello el contacto con lo más profundo de nosotras mismas. Espacio muy necesario que no se nos concede en la mayoría de las culturas. En este periodo, la Shakti (energía femenina) fluye por nuestros cuerpos con mayor intensidad, lo cual hace que nosotras estemos más sensibles ante los estímulos del entorno, de la misma manera que el entorno también se ve más afectado por ella.

Obviamente, no hay justificación a este maltrato, sostenido principalmente por las mujeres de mayor edad, y decidí enfocar el programa desde una perspectiva autocrítica. Que fueran ellas mismas las que se cuestionaran su forma de vivir la menstruación y, así, se empoderaran para

liberarse de las supersticiones que sus familias les habían inculcado –y que tampoco distaban mucho de las que tenía mi abuela hace 50 años.

El miedo de “neocolonizar” a través del voluntariado no era el único que se me pasaba por la cabeza. Sabía que el viaje no sería fácil: los autobuses locales eran latas oxidadas con gente embutida en ellos como sardinas y las carreteras, pese a ser preciosas, contaban con una curva tras otra, además de pedruscos y agujeros que hacían que pareciera que volcaríamos en cualquier momento. Estábamos avisadas, pero no se nos pone nada por delante. Alba y yo emprenderíamos otra nueva aventura.

Otro de nuestros miedos era el idioma. ¿Seríamos capaces de dar una clase de estas características en inglés? En el fondo, sabíamos que saldríamos adelante. Pero, ¿qué pasaría con las traducciones al nepalí? ¿Quién las haría?
Dos voluntarias enfermeras vinieron con nosotras. Al principio, no fue fácil coordinarnos y, al final, salimos bastante orgullosas de cómo nos habíamos desenvuelto.

Gracias a las reflexiones realizadas con el colectivo de autogestión de la salud –Salut entre Totxs– a las que agradezco la capacidad de escucha, reflexión, lucha y crítica constante; así como a Marta –mi amiga de toda la vida–, con la que tuve intensas conversaciones sobre el tema y Julen –un estudiante de antropología que me bombardeó de información–, decidí diseñar el primer esbozo del programa en Barcelona, aún sin saber qué nos encontraríamos, cuándo ni dónde hasta el ultimísimo momento.

Mientras viajábamos por India, Alba y yo diseñamos el programa que entregaríamos a los colegios. Incluimos trabajar los cambios físicos y emocionales en la adolescencia, haciendo especial hincapié a los emocionales con el objetivo de fomentar la conciencia y expresión emocional. También explicar el funcionamiento del aparato reproductor masculino y femenino, insistiendo en los tres orificios y el clítoris. Asimismo, insistir en considerar el ciclo menstrual como algo natural, haciendo la similitud con el ciclo del agua y de la luna e insistiendo en los periodos más y menos fértiles para “fomentar la capacidad de decisión” a la hora de quedarse embarazadas.

También incluimos el expresar por grupos qué era lo que menos les gustaba a las niñas en cuanto a su menstruación, mientras hacíamos una meditación guiada con los niños en la que tendrían que ponerse en la situación de las niñas durante su período. Después, cada grupo expuso sus sensaciones a toda la clase. Nos parecía importantísimo que se expresaran y se hablara del tema para que sacaran sus propias conclusiones. Al final, explicamos las relaciones sexuales, englobando amor, placer para ambos sexos y la reproducción, así como los métodos anticonceptivos. Dudamos cómo abordar este tema ya que no sabíamos qué oportunidades tendrían de acceder a ellos, y nos sorprendió bastante que fueran ellos y ellas los que nos preguntaran sobre el tema. Al principio de la clase, dejamos un papel a cada joven para que escribieran todas las dudas que les surgieran y poder resolverlas de forma anónima.

Por fin llegó el momento de empezar nuestra aventura. Desde Varanasi fuimos a Lumbini, Danghari y Mangalsen. Nos costó más de 3 días llegar a Basti. ¡Fue una sobredosis de transporte importante!
Íbamos bastante mentalizadas de los ritmos y los imprevistos de Nepal y la verdad es que todo salió bastante bien. El camino de Mangalsen a Basti fue impresionante, tanto por las vistas como por las dificultades. El jeep nos dejó lo más cerca que pudo. Tanto, que lo tuvieron que sacar con una grúa. Después, bajamos 3 horas por un camino de montaña acompañadas por un grupo de supermujeres capaces de llevar hasta 50kg sobre sus cabezas mientras los maridos bebían, jugaban a las cartas o –muchos de ellos–, se habían fugado. Alucinamos con las porters, que igual que cargaban piedras, cargan familias y cargan el peso de una cultura que las tiene muy oprimidas. Lo primero que nos preguntaron en uno de los descansos fue si teníamos novio, estábamos casadas o teníamos hijos. Cuando respondimos que no, dijeron “muy bien, descubriendo mundo y disfrutando de la vida. Nosotras no tenemos esa oportunidad”. Las emociones ya empezaban a estar a flor de piel.

Basti es un pueblo dividido en nueve distritos y, a algunas, les lleva más de tres o cuatro horas caminando ir a la escuela, factor importante a tener en cuenta. Además, no hay ningún otro medio de transporte, ya que en el pueblo no hay ni calles ni terreno liso, es todo montaña, con cerros arriba y abajo y piedras que, algunas veces, hacen forma de escaleras.

Las vistas, mirara donde mirara, eran impresionantes. Había águilas por doquier. Dormimos 4 personas en la misma cama, teníamos agua solo unas horas al día, electricidad según la luz solar y comimos cada día prácticamente lo mismo. Nada de internet, servilletas, papel de baño ni duchas calientes. Fue bastante divertido ducharnos vestidas en la fuente del pueblo mientras lavábamos la ropa deprisa porque se nos acababa el agua. Toda una experiencia digna de repetir, aunque muchas no lo crean.

Lo que peor llevé fue la barrera lingüística. Me daba mucha impotencia no poder comunicarme sin necesidad de traductor. Tampoco llevaba bien ver sólo a las mujeres y algunos niños y niñas haciendo los trabajos más duros, además de llevar la casa y criar a los niños. Los llevaban enganchados a la teta hasta bien creciditos y compartían muchísimo tiempo con ellos. De hecho, incluso algunas se los llevaban al trabajo. Los niños vivían encantados, libres, jugando por las calles, sucios y despeinados; pero con una sonrisa enorme en la cara y siempre se nos acercaban a curiosear. ¿Dónde estaban las pantallas que hipnotizan a los niños de occidente? Aquello es otro mundo…

La primera clase que tuvimos con ellas fue el taller de fotografía. Les entregamos unas cuantas cámaras de fotos para que se las llevaran y fotografiaran lo que menos les gustaba sobre la menstruación y así expresárselo al mundo. Vinieron un grupo de mujeres, cada una miembro de una organización de mujeres diferente, lo cual me emocionó bastante. Eran mujeres organizadas, ¡las generadoras de cambio que hacen falta! En la siguiente clase, más de 40 mujeres –muchas de ellas con sus bebés lactando y merodeando por allí– asistían a las clases antes de empezar a trabajar. ¡Disfruté tantísimo! En otra de las clases se les mostró una bola del mundo y un video explicando cómo se vivía la regla en otros lugares y aplaudieron muchísimo al final. Fue súper emocionante también para nosotras. Además, en ningún momento salió la palabra Chhaupadi de nuestra boca, fueron ellas quienes lo expresaron a través de la fotografía. Aproveché la clase del día siguiente con las niñas para reflexionar sobre esto. Después de que ellas dijeran lo que menos les gustaba sobre la menstruación y los niños hicieran la meditación, sacamos las conclusiones y pregunté: ¿creéis que pasaría algo si no hicieseis aquello que no os gusta si en otras partes del mundo lo hacen diferente? La respuesta de los niños fue un NO unánime: ellas, después de conocer cómo se vivía en otros sitios, empezaron a cuestionarse aquello que les habían inculcado. La palabra Chhaupadi, seguía sin salir. ¡Íbamos por el buen camino! Como bien dijeron los niños y como todo en Nepal. Vistare, vistare…

El día 8 de marzo –día de la mujer–, hicieron un programa cultural especial en el centro del pueblo con un cartel de fondo que ponía “Pueblo libre de Chauppadi”. Solo hacía falta dar una vuelta por el pueblo para ver las cabañas, en las que no entraba una mujer de pie ni apenas tumbada. Y llegaban a meterse hasta cinco. A veces, encendían hogueras para calentarse y ya son varias las muertes de intoxicación por humo, por no hablar de las violaciones que sufrían al no poder cerrar la puerta del establo por dentro, en el caso de que hubiera puerta.
La gente del pueblo estaba perfectamente organizada por castas y edades distribuidas por toda la plaza. Los políticos y “la élite”, presidiendo el evento, las mujeres con sus peques sentadas en el suelo y los hombres detrás, en un segundo plano. Unas cuantas mujeres también quedaron detrás. Alba y yo decidimos sentarnos en el suelo con ellas. Se me saltaron las lágrimas cuando me vi rodeada de aquello. Jamás hubiera pensado que organizarían algo así. Me pasé toda la tarde rodeada de niñas que querían tocar el Dholak, muy parecido al Maddel que tocaba un chaval de fondo, y yo súper feliz “enseñándoles” a hacer ruido, con el objetivo principal de despertar el interés en alguna y que la música dejara de ser solo “cosa de hombres”. Acabamos bailando con ellas en un gran círculo para cerrar el evento y nos fuimos agotadísimas a casa, muy emocionadas y con una sensación enorme de impotencia por no poder comunicarnos como nos gustaría.

El último día en Basti fue súper intenso. Vinieron un grupillo de chicas para hablar sobre la copa menstrual. Vino una de las que más interés ponía en las clases y talleres que ya había probado la copa menstrual y a la que encargamos que ayudara a las demás si tenían algún problema. Me dio la sensación de que sería bastante complicado que la enfermera o las profesoras lo hicieran. Parecían muy tímidas con el tema. Nos gustó mucho compartir este espacio con ellas fuera de la escuela, nos contaron muchas cosas sobre sus vidas y aspiraciones y, la verdad, nos quedamos bastante alucinadas. Una de ellas tiene 16 años y sus padres trabajan los dos en India, por lo que vive sola con su hermana y hermano pequeños. La abuela vive en la casa de al lado y controla que, cada vez que les baja la regla, salgan fueran de la casa y cumplan con las tradiciones. Esto hizo que una vez llegara a tomar pastillas anticonceptivas para retrasar la menstruación y no le coincidiera con la de su hermana, ya que sino ninguna de las dos podría cocinar o sacar leche de la vaca. Tampoco podrían beber agua porque no tenían quien se la diera. Quedamos bastante impactadas y pensamos que sería sólo un testimonio de tantos. 10 días no son suficientes para conocer la realidad de un pueblo.

Ese mismo día, nos encontramos con dos situaciones bastante difíciles que nos hicieron profundizar aún más en la realidad de estas personas. La mujer que nos preparaba la comida se había desgarrado un dedo con el collar de una vaca y no paraba de sangrar desde por la mañana. Cuando lo destapamos por la tarde, no vimos más opción que coserlo con el poco material que teníamos y sin anestesia. De nuevo, quedamos sorprendidas con la fortaleza de estas supermujeres.

Por la noche, al hijo de una de las porters del primer día, que no tendría más de 3 años, le abrieron la cabeza con una piedra. Tenía una brecha muy profunda que tampoco paraba de sangrar y vinieron a llamarnos. Cogimos el material y volvimos a coser con el último hilo de sutura que nos quedaba. Esta vez, tampoco teníamos guantes. La casa era una única habitación que hacía a la vez de cocina y de dormitorio, con la única iluminación de una hoguera que la llenaba de humo. Apenas había espacio para todas las mujeres que éramos dentro. Todas mujeres. Estábamos en shock. ¿Qué hacían ante estas situaciones? El hospital más cercano estaba a 6 horas caminando por la montaña. Estoy segura que nos alarmamos nosotras mucho más que ellas, expertas en asumir las adversidades y en tirar para adelante con la vida.

La chica que vino a hablar con nosotras a la casa tenía muy claro que quería estudiar enfermería. Nos sentimos muy orgullosas y la animamos a que lo hiciera. Justo esa tarde había comentado a Alba lo orgullosa que me siento de haber estudiado esta carrera y más aún la especialidad de familiar y comunitaria. No hay cosa que me satisfaga más que poder emplearla en cualquier ámbito y en cualquier lugar del mundo.

Así ha sido como, fomentando la expresión verbal y artística a través de la fotografía, de aquello que no les gusta y dando una información biopsicosocial básica que se omite en los colegios por ser considerado tabú, conseguimos que –tanto mujeres como hombres de todas las edades– se cuestionaran qué estaban haciendo y por qué, intentando actuar con dinámicas muy diferentes a las de otras ONG que habían ido a la zona, imponiendo el cambio y con diversas prácticas de “invasión cultural occidental” que dejan bastante que desear.

Recordad que seguimos necesitando vuestra ayuda para recaudar fondos y seguir con nuestro proyecto. Podéis hacer donaciones en:
https://www.migranodearena.org/es/reto/13821/rato-baltin-nepal—facing-chhaupadi-with-menstrual-education/

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